¡COMPASIVO AÑO NUEVO!

Nuestra percepción de nosotros mismos como seres individuales, entidades aparte del tejido de la vida, es solo una ilusión que se siente como insatisfactoria.

Esta ilusión consta de un cuerpo-mente en incesante transformación y cambio, constituido por varios componentes operativos totalmente interconectados con todo el universo,[1] funcionando según el principio general de causa y efecto (sct., karma). La correcta implementación de una práctica espiritual conseguirá un progresivo desvanecimiento de este sentido de independencia propia y de sus consiguientes deseos egoístas, y, en la medida en que esto se produce, nuestra auténtica naturaleza se irá revelando, y el sufrimiento existencial remitiendo. Finalmente, la purga completa de esta ilusión revelará que nuestra auténtica naturaleza es pura, permanente y totalmente satisfactoria.

En función de lo dicho en el párrafo anterior, parecería que hay un propósito u objetivo teleológico en la vida: la realización de un insuperable despertar o iluminación (sct., anuttara-samyak-sambodhi). No obstante, aunque es importante conocer la existencia de este objetivo y aspirar a su consecución (sct. bodhichita), el practicante no debería mantener conscientemente esta actitud orientada hacia su logro mientras realiza sus prácticas porque, agazapado en esa actitud mental, se esconde precisamente esa sensación de ser único e independiente que ha de ser identificada y eventualmente trascendida. Por otra parte, practicar con confianza (sct., sraddha) en el método es fundamental para progresar adecuadamente.

Aunque, desde un punto de vista convencional, el logro del despertar final sea un acontecimiento que se ha de producir en el futuro, desde la perspectiva de dicha realización, todo es relativo, pues intrínseco a una naturaleza no-referencial espacial se encuentra ineludiblemente la atemporalidad. Una mente en movimiento con el despliegue del universo, en realidad no se mueve, porque no hay ninguna referencia respecto a la cual se puede discernir movimiento. La consecuencia epistemológica de este modo de conocimiento es enorme: en semejante mente no existe la posibilidad de que una identidad propia llegue a “gelificar” como entidad independiente. Esta mente experiencia omnisciencia durante un presente continuo.

«Para el que se aferra, existe movimiento, pero para el que no se aferra no hay movimiento. Donde no hay movimiento, hay quietud. Donde hay quietud no hay ansiedad. Donde no hay ansiedad, no hay devenir. Donde no hay devenir, no hay ni surgimiento ni cese. Cuando no hay ni surgimiento ni cese, no hay ni este mundo ni un mundo más allá, ni un estado intermedio. Este es, verdaderamente, el fin del sufrimiento».

–El Buda. Sutta Udana (8:3)[2]

Habida cuenta de que estamos atrapados en la ilusión de la mente ordinaria, todavía tenemos que utilizar la misma herramienta, el lenguaje, tanto para tratar con los objetos del mundo fenomenológico como para tratar asuntos que están fuera de su alcance, no limitados a la lógica y la sintaxis lineal, y menos aún al espacio-tiempo y la materia-energía.

Un camino espiritual[3] no debería ser concebido como un modo de “escapar de la vida”, muy al contrario, podríamos decir que su verdadero significado es el de “escapar a la vida”. Su propósito debe ser el de acceder a una experiencia radicalmente “fresca, plena y transparente”.

Pero, para despertar a este modo dinámico de conocimiento, que no es otro que el más natural, “por desgracia” tenemos que desarrollar poder de atención y concentración, y este considero que es el elemento primordial a ser fomentado por la práctica de la meditación.

Otros propósitos, tales como el alivio del estrés, la mejora del estado físico, o el desarrollo de los poderes psíquicos, son totalmente secundarios, lo que no significa que no vayan a ocurrir o que sean intrínsecamente negativos; lo que significa es que pueden aparecer o no simplemente como subproductos naturales de un propósito espiritual mucho mayor.

La consecuencia práctica de lo discutido con anterioridad es que, en cada instante, el despertar está presente, y uno puede ser consciente de ello aún cuando el yo limitado sigue presente, si bien este yo ordinario se convierte en algo completamente inocuo.

Así, al expandir nuestra mente hacia el todo (o hacia la nada, pues los absolutos se igualan al no permitir establecer referencias), en última instancia, la distinción de seres aislados del resto del universo se desvanece.

Una consecuencia natural es que en la mente brotan una empatía y compasión ilimitadas, razón por la cual los genuinos caminos espirituales incluyen de una manera u otra al amor en su forma más refinada.

Actuar compasivamente favorece el despertar, que no es otra cosa que la fusión de la ilimitada sabiduría del conocimiento puro siempre presente con su manifestación práctica como compasión incondicional.


[1] En Budismo, se considera que el ser humano es un compuesto de cinco agregados (sct., skandhas): cuerpo, sentidos, intelecto, subconsciente y consciencia.

[2] Sutta es el término pali equivalente al sánscrito Sutra. Sutta Udana es en realidad una colección de 80 suttas cortos.

[3] Por “espiritual” entiendo aquello que pertenece o apunta hacia nuestra verdadera naturaleza, más allá de la limitada y egoísta sensación habitual de ser seres autónomos desconectados del universo. Lo espiritual trata con una sabiduría no-referencial y no-condicionada. Además, utilizo deliberadamente la expresión “camino spiritual” en lugar de “religión” para evitar la reacción instintiva que nos trae a la mente los aspectos de la religión más doctrinales, rituales, sociales y superficiales (exotéricos), en detrimento de los más profundos, internos y místicos (esotéricos). Esto no es una crítica a lo exotérico de la religión, pues yo soy el primero en reconocer la gran labor de consuelo espiritual que proveen a la mayoría de la humanidad. Desafortunadamente, la historia ha visto demasiada violencia y opresión hecha en nombre de la religión y el dogmatismo, lo que dificulta poder discernir los principios espirituales sobre los que descansan.