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Escribo esto nada más salir de la sala de cine, con las imágenes todavía frescas en mis retinas. Miyazaki lo ha vuelto ha hacer. El chico y la garza es otra obra maestra, a la altura de El viaje de Chihiro. De hecho, son la misma historia, aunque la nueva es más sutil, más llena de matices, me atrevería incluso a decir que más madura. Ambas narran la aventura por excelencia: el descubrimiento de nuestra auténtica naturaleza.

Y puesto que cuentan lo mismo, lo lógico es que haya similitudes. La más evidente es la de los protagonistas: Chihiro y Mahito. Ambos representan lo mismo: nuestro anhelo por encontrar la verdad dentro de nosotros. En las películas este anhelo espiritual toma la forma de búsqueda de los padres en el caso de Chihiro o de la madre y tía en el caso de Mahito.

Autoinfligirse un corte en la cabeza, como hace Mahito al comienzo de la película, ¿no es la metáfora perfecta para el viaje, doloroso en su comienzo, de introducirnos en el interior de la mente?

En ambas películas, las aventuras transcurren en escenarios fantasmagóricos, la metáfora más adecuada a nuestro mundo interior. Una casa de baños de un parque de atracciones y un castillo, respectivamente, ambos abandonados, son las puertas de acceso a las profundidades de nuestro ser. Además, ambas películas describen un viaje circular, de entrada y salida de ese mundo, en el que los protagonistas parecen los mismos, aunque en ambos casos se ha producido una transformación irreversible, pues ambos se reencuentran con sus padres, es decir, nuestro anhelo espiritual acaba por descubrir nuestra auténtica naturaleza.

Otra equivalencia de caracteres es la de Yubaba y el “Tataratío”. La dueña de la casa de baños y el Creador de su mundo representan la mente, el ego. En El niño y la garza, la representación del ego como un creador de su propio mundo a base de combinar piezas es más que reveladora, pues la identidad no es más que el resultado de un conglomerado de piezas que apenas se sostienen en equilibrio. Todo el mundo del Creador recibe la fuerza de una roca flotante, una imagen poderosa de lo que es el ego, un ente desapegado de la realidad.

Y si los sirvientes de la casa de baño de Yubaba eran ranas, en representación de los pensamientos, los de la residencia del Creador son todavía más elocuentes: ¡periquitos! O cotorras. De nuevo, una elección perfecta para representar al parloteo constante de los pensamientos. Además, tienen un rey, que podríamos definir como la capacidad que tenemos para galvanizarnos en torno a ideales no necesariamente positivos, como bien refleja la película.

En el submundo, además de periquitos, hay pelícanos, los cuales se alimentan de unas burbujitas blancas llamadas warawaras. Estas criaturitas amorfas representan el germen de nuestros pensamientos y emociones, todavía llenos de energía ascensional e inocencia. Desafortunadamente, en su viaje desde el subconsciente hasta aflorar en la consciencia, pueden ser presa de los pelícanos, quienes representan, por tanto, emociones negativas, energía reprimida que al ser enviada al subconsciente se vuelve autodestructiva.

Hay dos personajes muy especiales en nuestro mundo interior. Uno es Kiriko, un marinero que se dedica a la pesca de peces enormes que luego vende a los warawara, un muchacho lleno de energía, resoluto, que me recuerda mucho a Lin, la muchacha que ayuda a Chihiro con las labores de limpieza en la casa de baños. De hecho, la escena en que Mahito ha de eviscerar al gran pez posee la misma resonancia simbólica que la de Chihiro bañando a un fantasma apestoso. En ambos casos, el significado es el mismo, el de eviscerar o limpiar la porquería que acumulamos en las entrañas de la mente. En el caso de Chihiro el fantasma apestoso se transforma en un dragón luminoso que sale volando hacia el cielo, y en el caso de Mahito, el pez y sus entrañas sirven de alimento para los warawara, la energía ascensional.

El otro personaje es Himi, la muchacha que se puede transformar en fuego. No me digan que no es calcada a Haku, el chico que se puede transformar en dragón. Si como entonces dije Haku representa nuestra capacidad de transformación, también lo ha de ser Himi en la nueva película. De hecho, entre Himi y Mahito surge la misma afinidad que surge entre Haku y Chihiro, un amor puro entre nuestra capacidad de transformación y nuestro anhelo espiritual, capaz de derrocar al mundo del ego.

La garza es una adición a los caracteres de nuestro mundo interior que se desplegaban en El viaje de Chihiro. Obviamente, la garza representa eso que se mueve entre la consciencia y el subconsciente, por eso es una garza (subconsciente) con un señor dentro (consciente).

La llamada a lo desconocido es un elemento vital para iniciarnos en la vida espiritual. Puede atraernos con sucedáneos de lo verdadero, como nos muestra Miyazaki en la escena en que la garza le muestra a Mahito a su madre, pero resulta ser una figura que se diluye en un charco. Aunque los motivos por los que a veces nos iniciamos en asuntos espirituales no estén del todo bien encaminados, resultan fundamentales para dar nuestros primeros pasos. Eventualmente, cuando llegamos a controlar a la garza, tendremos en ella a nuestro mejor aliado. La capacidad para movernos entre ambos mundos, consciente y subconsciente, es fundamental para acceder al palacio del creador, del ego.

El padre de Mahito es, obviamente, esa parte de nosotros que se proyecta hacia fuera en el trabajo, en tener éxito, en competir. Es una figura importante en nuestro viaje espiritual, que complementa al viaje interior. Por eso, Mahito acaba reuniéndose con él al final de la película.

En cuanto a las viejas sirvientas, no creo equivocarme si digo que representan la tradición, lo antiguo, nuestros gustos más íntimos, plantados en nuestra infancia, donde siempre encontramos consuelo y solaz. Sin ellas, la vida sería insoportable. No obstante, les cuesta ver la dimensión espiritual de nuestra búsqueda. En el submundo aparecen como estatuillas protectoras, lugares en los que buscar refugio y protección en un territorio, como es el subconsciente, que puede resultar hostil.

He dejado para el final, a propósito, dos personajes clave. Me refiero a la madre y a la tía de Mahito. Sentí como una pequeña revelación descubrir lo que creo pensó Miyazaki para tramar su última película. La hermana mayor y madre de Mahito muere durante un incendio causado por un bombardeo. El padre, viudo, se casa con la hermana menor, de parecido asombroso. ¿Qué representa Natsuko, la tía de Mahito, la hermana menor de su madre? La película da la contestación: afecto. Todo lo que Mahito recibe de Natsuko es cariño. Lo que el genio Miyazaki nos está diciendo es que el amor es la hermana de nuestra verdadera naturaleza, y que buscando a una se encuentra a la otra.

En la película, Mahito sale a la búsqueda de Natsuko convencido de que no encontrará a su madre (el ardid que la garza usa para atraerlo al submundo), pues está muerta. Pero en su búsqueda de Natsuto (del amor), acaba por encontrar a su madre (su verdadero ser). En un giro necesario para romper con la linealidad del tiempo, Mahito conoce a su madre antes de ser su madre, quien resulta ser Himi. ¡Nuestra capacidad de transformación es nuestra verdadera naturaleza!

La escena en que Mahito, con la ayuda de Himi, accede a la sala de partos donde se encuentra Natsuko es clave para entender la película. Cuando nuestro anhelo espiritual, con la ayuda de nuestra capacidad de transformación, accede a lo más profundo de nuestro ser, un lugar prohibido para los pensamientos, podemos encontrar al amor en una faceta desconocida, aparentando lo contrario. Miyazaki sabe que uno debe desapegarse incluso de lo más difícil. Unas tiras de papel en torno a Natusuko se convierten en un enjambre pegajoso que Himi finalmente destruye con su fuego. Para el fuego de la sabiduría, los apegos, incluso los más queridos, son mero papel. (La escena aparece también en El viaje de Chihiro, como un enjambre de figuritas de papel que atacan a Haku).

El submundo desaparece con su creador, pero antes Himi sale por una puerta espaciotemporal hacia su futuro como madre de Mahito, sabiendo que sabrá “transformarse” al morir en el incendio. En cuanto a Mahito y Natsuko, salen por otra puerta al reencuentro del padre.

Mahito escapa de la ilusión creada por su Tataratío, pero también escapan periquitos y pelícanos, convertidos en seres inofensivos. Así es, encontrar nuestra auténtica naturaleza no supone destruir nuestros pensamientos o emociones, es solo que ahora dejan de ser peligrosos y se convierten en aspectos que dan colorido a nuestro mundo interior.

carátula CdZ
Arriba: Novela.
Abajo: Trilogía.

mme

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Marineros de piedra
"Un libro extraordinario que revoluciona la historia".
-Gavin Menzies, autor de 1421 y The Lost Empire of Atlantis

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